Desde que el ser humano nace, la vida se convierte en un constante aprendizaje y camino de descubrimientos, los cuales, se empiezan a adquirir a través de la exploración del mundo alrededor y especialmente, del juego.
Piaget (1951) señalaba que el juego es una forma de asimilación, es decir, los niños al jugar, adaptan los hechos de la realidad a esquemas que ya poseen, permitiéndoles entender su realidad de manera más exacta.
La mayoría de los autores expertos en aprendizaje infantil, consideran que el juego es una actividad innata, que surge de forma natural. A través del juego, los niños establecen conexiones con sus compañeros, con los adultos y con su entorno, lo que les permite desenvolverse en diversas situaciones. Son capaces de explorar, aprender y comenzar a desarrollar su personalidad.
En síntesis, algunos de los beneficios más significativos que tiene el juego como una herramienta de aprendizaje en la primera infancia, son los siguientes:
- Favorece el desarrollo de la psicomotricidad, el equilibrio y la coordinación.
- Permite que los niños conozcan su cuerpo y el mundo que les rodea.
- Estimula la inteligencia y la creatividad.
- Contribuye a una mejor autoestima, ya que, otorga una sensación de libertad y participación.
- Propicia el desarrollo de habilidades sociales.
- Sirve como preparación para la vida adulta.
- Fortalece el lenguaje verbal.
- Facilita la toma de decisiones y la organización.
Mora et al. (2016) señalan que el juego se debe caracterizar por ser natural, creativo e imaginario. Además, destacan que no es “una pérdida de tiempo” o una forma de mantener a los niños ocupados. Por el contrario, es un modo de favorecer la madurez de su pensamiento creativo, así como de incrementar sus capacidades motoras y cognitivas.
Es por lo anterior que, los adultos debemos recordar la importancia de respetar los tiempos e intereses de los más pequeños, contribuyendo a impulsar su curiosidad y proporcionándoles aquello que necesiten para desarrollar el juego.